Los hijos son maravillosos. Y a la vez altamente demandantes. Me duele a veces observarme llevado por el cansancio del día a día, perder de vista la realidad del milagro que a cada minuto Dios me pone delante. A veces nos acostumbramos tanto a lo maravilloso, que perdemos la capacidad de contemplarlo. Todos los días nos rodean milagros increibles, y nos perdemos en lo cotidiano. Perdemos nuestra capacidad de asombro. Maldito acostumbramiento. Hoy miraba a mi hija, y pensaba: Pensar que yo te vi cuando eras una lucecita en un monitor, y la doctora me dijo: ese es el corazoncito. Pensar que desde aquel día, minuto a minuto el milagro de la vida le ganó al caos de la muerte, y acá estás, hoy, delante de mi, pidiéndome que vaya con vos a jugar a tu cuarto. Yo somos tan miserables que no podemos ver más allá de nuestras narices, y nos fijamos en el cansancio, en lo que dejamos de hacer para ir a jugar al cuarto, en lo que nos queda terminar del trabajo, o en el partido de fútbol que n
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